Con fuertes raíces en los países que representan, David y Widelene tienen más en común que haber compartido la distinción. Los dos llegaron a la ciudad por diferentes caminos y en distintos momentos, pero con un objetivo idéntico: estudiar en la Universidad Nacional de Rosario.
David, nacido en Buenos Aires pero criado en Potosí con el quechua como lengua materna, arribó a Rosario hace quince años para empezar Ciencia Política. Hoy, con 32 años, está en el tramo final del profesorado en Lengua y Literatura.
En esa década y media de residencia a orillas del Paraná, se acercó a la Colectividad Boliviana. “Entré en el 2010 como bailarín y me fui involucrando cada vez más. Siento pasión por participar ahí, por representar mis raíces, la cultura en la que fui criado”, cuenta el joven, que también da talleres de quechua. Un año después, empezó a participar de la Fiesta de Colectividades.
“Bailando sobre el escenario pero también colaborando en la cocina y en el stand”, agrega. Por su parte, Widelene desembarcó en la ciudad a orillas del Paraná hace apenas tres años para estudiar enfermería.
“Como todos los haitianos, vine por la educación, porque nuestro país no nos brinda esa posibilidad. La comunidad argentina nos recibió muy bien, en mi opinión nos tratan muy bien a todos los extranjeros”, asegura. La joven de 26 años aclara que no es bailarina profesional pero que le gustaría. Su interpretación del Tabou, la danza tradicional haitiana, le valió la selección como embajadora.
“Decidimos participar en las Colectividades por un sentido de pertenencia, para mostrar la cultura. La experiencia fue muy buena. Ser representante de mi cultura fue una enorme carga que llevé con coraje y honor. Ser embajadora es símbolo de unión social”, elabora. Otra cosa que comparten es el entusiasmo por la experiencia colectiva más allá del reconocimiento individual.
“Fue una sorpresa porque sinceramente no lo esperaba. Pero más allá de la alegría de haber ganado, lo que más me gustó fue el grupo de los candidatos a embajadores. Se armó un grupo muy lindo con las otras colectividades, con muchas cosas en común con la mayoría de ellos. Apenas bajamos del escenario, les dije en tono de broma que yo ya había ganado por el hecho de haberlos conocido”, cuenta David.
“Fue una experiencia muy buena, con mucha buena onda desde los técnicos a los organizadores. Me parece que es una experiencia social muy importante que nos hace conectar a todos, intercambiar cultura. Nos permite conocernos y saber que los mitos que hay sobre otros países muchas veces no son verdad”, afirma Widelene.
“Hay gente que realmente quiere hacer algo desde su lugar en sus Colectividades, también en relación a la creciente xenofobia a nivel mundial. Nosotros podemos mostrar con esta interculturalidad que podemos llevarnos bien entre todos y que Argentina es un Estado fundado en un mestizaje de inmigrantes”, dice David. Cada uno tiene algo favorito para destacar de la cultura de sus países.
A la joven haitiana, lo que más le gusta compartir de sus raíces haitianas es “la comida y el baile”. Para David, la ecuación es más compleja porque “la cultura boliviana es muy extensa. No por nada fue declarado estado plurinacional, porque es una comunidad en la cual coexisten distintas culturas, distintos pueblos y distintas lenguas”.
“Lo que yo trato de llevar adelante es mostrar y enseñar el quechua, visibilizar lo invisibilizado. Durante muchos siglos se quiso tapar la idea de lo originario. No se trata de bailar cinco minutos en un escenario, ponerte un traje y después olvidarte, sino de sentir, comprender el imaginario social del pueblo quechua que es al que yo pertenezco”, elabora el flamante embajador boliviano, que también es poeta.